Mi particular ‘vía crucis’ sobre ruedas

La idea de pasar la Semana Santa en Córdoba llevaba tiempo rondándonos. Las imágenes de las procesiones solemnes recorriendo las calles estrechas, el olor a incienso mezclado con el azahar de los naranjos, el ambiente único… Sonaba a experiencia inolvidable. Así que, cargados de ilusión (y de maletas), pusimos rumbo al sur desde Galicia. Sabíamos que encontraríamos multitudes, es parte del encanto de estas fechas, pero creo que subestimamos enormemente un detalle logístico crucial: el aparcamiento Cordoba.

La entrada a Córdoba ya presagiaba lo que nos esperaba. El tráfico era denso, y pronto empezamos a ver las primeras señales de desvíos y cortes de calles. «Cerrado por procesión», indicaban. Nuestro alojamiento estaba cerca del centro histórico, un objetivo que pronto se reveló como una quimera al volante. Con una mezcla de optimismo ingenuo y la ayuda del GPS, intentamos acercarnos.

Y entonces comenzó nuestra particular penitencia motorizada. Callejeando por zonas que quizá en otro momento serían accesibles, nos topamos con barreras, vallas, policías locales indicando rutas alternativas que nos alejaban de nuestro destino. Cada parking subterráneo al que lográbamos llegar, tras serpentear por calles abarrotadas de gente que ya buscaba sitio para ver los pasos, nos recibía con la misma palabra luminosa y desalentadora: «COMPLETO». La frustración empezaba a hacer mella.

Dimos vueltas y vueltas. Recuerdo la sensación de estar atrapado en un laberinto diseñado para poner a prueba la paciencia del conductor más templado. Mientras, por las ventanillas, veíamos pasar la vida de la Semana Santa cordobesa: familias arregladas, nazarenos dirigiéndose a sus puntos de encuentro, el murmullo expectante de la gente. Se oían los tambores a lo lejos, llegaban ráfagas de olor a cera quemada… una atmósfera mágica que contrastaba brutalmente con nuestro estrés dentro del coche.

Los alrededores de la Mezquita-Catedral, la Judería, el Alcázar Viejo… zonas preciosas, pero absolutamente prohibidas para nuestro vehículo en esos días. Tras más de una hora larga de búsqueda infructuosa, viendo cómo el tiempo pasaba y la desesperación crecía, tuvimos que tomar una decisión drástica. Nos rendimos a la evidencia: aparcar cerca del centro era imposible.

Finalmente, encontramos un hueco libre en una calle bastante alejada, ya fuera del anillo más céntrico. Significaba una buena caminata cargados con el equipaje hasta el hotel, pero en ese punto, nos pareció una victoria gloriosa.

La Semana Santa en Córdoba fue, efectivamente, espectacular e inolvidable. Pero la experiencia del aparcamiento nos dejó una lección clara grabada a fuego: si vuelves a Córdoba en estas fechas tan señaladas, hazte un favor y reserva una plaza de parking con meses de antelación (si es posible y a precio de oro) o, mucho mejor, utiliza el tren o el autobús. El coche, en plena Semana Santa cordobesa, es un invitado incómodo que es preferible dejar descansando lejos del bullicio.

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